martes, julio 19, 2005

Aqui empieza mi historia




Hola mundo, seguramente si habeis llegado aquí me conozcais. Me llamo Omar y busco la felicidad.
Todo el mundo busca la felicidad, lo sé, y todo el mundo ha tenido en sus manos alguna vez la libertad al igual que yo, pero es potestad de cada uno y está en su derecho hacer con ella lo que guste.
En mi caso, seguro que la tuve algún día, en esos nublados años que quedan atrás pero no la quise, o no tuve valor ni energías para cogerla. Ahora es distinto, ahora la quiero, ahora la cojo siendo totalmente consciente del dolor que he provocado y provoco, y con la promesa de que no va a ser en vano.
Me voy a Asia el 1 de Agosto sin fecha de vuelta. Primeramente pasaré tres semanas en compañía de unos amigos que os iré presentando más adelante y después del día 22 de Agosto más o menos, empezaré mi viaje en solitario. No sé el destino, ni me importa, estaré atento de las señales y las seguiré.
Para terminar esta presentación a pocas horas de marcharme os voy a escribir un fragmento que encontré en la página web http://mendimundi.com de Jaime Bartrolí.
"El avión. Otra vez. Adiós a la casa, a la familia, a la ciudad. Delante, la promesa de lo nuevo, del descubrimiento perpetuo, pero también de lo desconocido. Encerrado en la cabina, apretado en el asiento a ocho mil metros de altura sobre la tierra y el mar, me alcanza otra vez la nostalgia que me invade cuando emprendo un viaje; y el miedo. Hasta el momento antes de partir, era el deseo de iniciar la ruta, la ilusión del nuevo continente que iba a descubrir. El avión se separó del suelo y es entonces cuando llegaron las dudas: ¿y si tengo un accidente? ¿y si enfermo, solo y lejos? Flotando entre las nubes apunta la idea de la muerte. Desde alguna entraña recóndita crece un ligero desasosiego por el riesgo que quizás se correrá. Hay un recuerdo para los que quiero y dejo atrás. La mente repasa las incomodidades que habrá en el camino; otra vez despertar en camas extrañas, incómodas; otra vez cuartos y baños comunitarios, madrugar para coger un autobús, vagabundear sin reposo hacia aquí y hacía allá; otra vez meses y meses de vivir con el peso de la mochila a cuestas, sudar, coger trenes y autobuses, comer mal, calor y frío. Y nace el autorreproche de cada partida: ¿por qué no me quedé en casa?, ¿por qué no me conformo con lo que tengo en vez de siempre salir a buscar más?, ¿por qué no soy como la mayoría, como los demás?... Es el miedo de la salida. Un miedo que el viajero sufre en soledad.
Cada viaje nuevo es así. Alza el avión su vuelo, o el tren su repiqueteo y ahí está ese sentimiento de inseguridad, de cansancio presentido, de tristeza, de nostalgia que me invade al partir, antes de llegar al otro extremo del avión o tren y comenzar realmente el viaje. Es una sensación de desasosiego y miedo ante la incertidumbre, que luego desaparece y se olvida totalmente cuando ya recorro los caminos, incluso en momentos de algún peligro real. Es un sentimiento de inicio de viaje, pasajero pero indefectible.
Todo viajero sabe de la soledad. La ha experimentado muchas veces; en las partidad, en el camino, en las despedidas de amistades intensas pero breves, tras la emoción del reencuentro... pues el viajero es un extraño allá por donde va y, con el tiempo, también al retorno entre los suyos.
La nostalgia invade al que parte para un largo viaje. Mira a sus vecinos de asiento: unos desconocidos. Apenas sí ha intercambiado alguna palabra con ellos. Pide una naranjada a la azafata; una comodidad, un lujo que pronto le faltará, y piensa en la nevera llena de su casa. Se pone los auriculares. En el canal musical encuentra a Supertramp. Tiene suerte. Es la canción que en casa escucha cuando está deprimido 'Dreamer' una música vital que siempre que la oye le alegra y le anima a silbar. El viajero se encuentra repentinamente reconfortado por una felicidad solitaria y esboza una sonrisa silenciosa. Sí, verá tanto, tantas cosas que los otros que se quedaron atrás -con las comodidades, con la certeza del futuro sin sorpresas, con la nevera llena, con la familia y los amigos- se perderán... Vale la pena pagar el precio.
Y con la sonrisa que inconscientemente alumbra en los labios, comienza a sentirse solo. Lo estará prácticamente durante todo el viaje. La verdad es que ahora no le importa demasiado. La soledad sólo hace sentir su terrible peso en los malos momentos: en la enfermedad, en el frío, en el hambre y en el miedo.
¿Qué viajero no ha sentido, postrado en una cama, invadido de fiebre, agotado por vómitos y cólicos, vencido en la enfermedad de su cuerpo? ¿O bien en el vacío de un desierto o una montaña, esperando algún ser humano que lo recoja y transporte hacia lagun aparte?¿O en algún ambiente hostil, de miradas impenetrables y silencios pesados? ¿Qué viajero no ha sentido esa otra soledad, más nostálgica, triste y al tiempo feliz, tras recoger la correspondencia en una lista de correos a la ciudad a la que acaba de llegar, escoger qué cartas leerá primero y comenzar a disfrutarlas una a una?¿O la otra soledad, la desilusión de encontrarse que ninguna de las cartas que ansía desde hace semanas le está esperando?
Pero hay otra soledad que, sin embargo, sí ama: la soledad en el descubrimiento, que es la que permite maravillarse ante algo nuevo e impensado, ante esa tormenta de rayos y truenos sobre le Himalaya, hasta este mar azul profundo hasta la exageración embravecido por el viento, espumoso de oleajes, que bate los acantilados de Queensland; ante ese concierto de rojo, oro y azul, de luz y sombras, de una puesta de sol inacabable sobre los Mares del Sur, ante el crujir de la nieve en el bosque de Alaska a veinte grados bajo cero, ante el viento que llega recorriendo sobre el desierto australiano y se estrella contra la cara trayendo el amanecer sobre la roca de Uluru; ante la amistad noble de algún refugiado afgano; ante la lluvia otoñal de mariposas blancas de Nicaragua; ante la vida; gente, colores, ruidos, olores del bazar de alguna población del Turquestán...
Hay quienes preferirán disfrutar estos momentos con alguien. La compañía transforma los sentimientos que pueden despertar. Compartir esos pequeños grandes momentos hace inquebrantables un amor o una amistad, o los rompe para siempre. Pero es solamente en solitario que se gozan en toda su intensidad y se entienden en toda su infinitud, sin sentimientos paralelos que se ensalcen o crezcan; son instantes que sólo la soledad permite abastar en toda su enormidad y reflexionar para obtener las consecuencias pequeñas o grandes que hacen que nadie vuelva a ser igual... Sólo la soledad, sin comentarios, sin nada que lo distraiga, sin ninguna atadura al pasado que le recuerde a su otro espacio/tiempo el de origen permite al viajero alcanzar las cimas de su viaje.
El viajero conoce bien su soledad, y sabe que cuando aterrice y a través de las ventanillas vea el color y la luz nuevas de un mundo nuevo, todo el temor le abrá abandonado, y la soledad será su inseparable, buena compañera.
"

Besos a todos, no tardaré en postear alguna noticia.
Empiezo a volar....empiezo a brillar.....